Miedos

Cada vez que algo nos sucede y cambia nuestro rumbo, ánimo y emociones, lo primero que nos preguntamos es por qué a mí. Vemos que las cosas suceden a nuestro alrededor y nunca pensamos que eso mismo nos puede suceder a nosotros. Nos sentimos que estamos protegidos por un vidrio donde quedamos exentos de cualquier cosa que no este en nuestros planes. La verdad es otra, si nos pasan las cosas y de pronto a unos de manera más fuerte y catastrófica que a otros; algunos tienen un final feliz, así como otros tienen un final que puede no ser parte de nuestra felicidad, pero que nos llena de enseñanzas si aprendemos a leer más allá y le abrimos el corazón.

En los momentos que estamos más frágiles, el miedo nos invade y no nos deja avanzar con claridad. Es normal, sobre todo cuando nuestra cabeza se llena de todo tipo de pensamientos llevándonos al pasado, futuro y presente al mismo tiempo. Hay miedos que nunca se van, pero tenemos que pararnos firmes y saber que nosotros podemos más que ellos. Si nos dejamos, nos van volviendo tan pequeños que hasta perdemos la fe en nosotros mismos. No hay nada más fuerte que nosotros mismos. No es una tarea fácil, pero no hay obstáculo ni miedo que no podamos pasar.

No podemos vivir la vida perfecta para otros, tenemos que vivir la vida que sea perfecta para uno mismo. Los miedos son los que nos llevan a no vivir ni hacer o disfrutar lo que más nos gusta y hasta lo que soñamos. Al ganarle a ese miedo, nos liberamos y podemos encontrar lo que tanto buscábamos. Por tener entre ceja y ceja que las personas no nos van a aceptar o querer por ser “imperfectos” en un mundo “perfecto”. Todo empieza desde adentro y hay que vivir cada momento como si fuera el ultimo.

Mi lista de miedos ha sido grande y no sé si mi subconsciente, karma o Dios me los han hecho realidad para demostrarme que no hay prueba tan grande que no podamos superar y por la cual nos debemos rendir y dejar de vivir. Al mismo tiempo me demuestran que así como esa lista de miedos disminuye al sobrepasarlos, mi lista de bendiciones, logros y felicidad crecen exponencialmente. Cada vez que supero un miedo estoy lista para el próximo reto esperándolo un paso adelante, más fuerte y segura de mi misma agarrada de la mano de Dios.

Este fin de semana me tocó vivir y afrontar un miedo, uno al que trataba de esconder en el fondo de mi ser. Al igual que Abel, sufro de cálculos. Tenía casi dos años sin sufrir un episodio fuerte; si había expulsado piedras, pero me daba cuenta cuando ya estaban afuera. En la madrugada del sábado, me levante con un fuerte dolor al que le hacía negación y trataba de hacerlo pasar por algo pasajero y momentáneo, pero en el fondo sabía lo que era.

Tengo el lumbral del dolor alto y aguanto mucho dolor, cuando me quejo o pido ayuda es porque ya no puedo mas. Por más de dos horas traté de acomodarme, me acostaba mirando el techo, del lado izquierdo, del lado derecho y hasta me encogía en una bolita tratando de encontrar la posición que me iba a aliviar el malestar; pero todo era en vano. Llegando a mi propio límite, decidí tomarme una pastilla ya que de wonder woman me quedaban contados momentos. Miraba el reloj y sentía que los minutos iban en reversa.

No me gusta molestar y menos a deshoras (para mí); a las 6 de la mañana decidí llamar a mi papa, quien no me contesto ya que había salido a montar bicicleta y dejó su celular. Por un lado sentí un fresquito, ya que lo que menos quería era ir a la clínica. Mi miedo no era el cálculo, pero si la clínica. Inmediatamente llamé a mi urólogo para ponerlo al tanto, sabía que lo que me iba a decir era que fuera a urgencias y me adelantaran con unos exámenes; para mi suerte, estaba en Bogotá, pero que lo mantuviera al tanto.

Llame a mi mamá, quien me contesto enseguida, y su reacción fue preguntarme “¿qué paso?”. Casi sin voz le conteste “tengo cálculos.” “Ya paso por ti.” Sin hablarle colgué y me empezó un dolor tan fuerte que empecé a vomitar. Estaba en el punto más alto del dolor. Me agarré fuertemente del lavamanos tratando de aguantar y sacar fuerzas. Me estaba dando vueltas todo y creo que por una milésima de segundo no me ganó el dolor, estaba por privarme. Respiré y me cambié como pude.

Al llegar a la clínica, ya me sabía el protocolo. Sentada mientras me tomaban la presión y oxigenación en la sangre sólo me decía a mi misma “concéntrate y no mires la maquina”. Me acuerdo perfectamente ver a Abel sentado en esa misma silla donde yo estaba, descontrolado por el dolor y la máquina mostrando los niveles altos en la presión causados por el dolor que estaba sintiendo. Entregué los papeles y me senté a esperar que me llamara el médico de turno para que me examinaran. En esa espera, que fue relativamente corta, mi fijación ya no era el dolor, pero si pasar esa puerta. Había estado un par de veces en urgencias después de la muerte de Abel, pero ninguna relacionada con cálculos. Escuché mi nombre y salté como un resorte.

Al pasar la puerta, mi mente repetía, “el box del fondo no, el box del fondo no.” Iba caminando detrás del medico, escoltada por mi mamá quien no se me separaba ni un segundo. Mi corazón se me detuvo por un minuto al ver como se acercaba el box que no quería ver, pero antes de asustarme mas, me metieron en otro. Ya canalizada, vinieron a buscarme para ir a hacerme el urotac y confirmar si era cálculo y dónde se encontraba. Iba en la silla de ruedas y me sentía como en las películas cuando están en los hospitales, viendo el reflejo de las luces en el piso. Por ese mismo camino, había acompañado a Abel a que le hicieran ese mismo examen. Mi papá, mi guardaespaldas en está ocasión, entró a la sala con los técnicos y vio que efectivamente era un cálculo, pero que ya estaba en la entrada de la vejiga. El dolor en ese momento era un poco más aguantable.

Esperamos al doctor y la decisión fue darle tiempo y esperar a que saliera por si solo; en caso de que en unos días no lo hiciera si tocaba operar para extraerlo. El cálculo, todavía hoy lo tengo. Sabía que en algún momento me iba a tocar pasar por eso y le tenía miedo; mucho miedo. Estar ahí me hizo revivir todo, en los zapatos de Abel. Era un miedo que pensaba que no iba a poder superar y que me creaba angustia y ansiedad.

Como me dijo mi hijo, “el mejor día de mi vida además de cuando nací es hoy porque estoy vivo y sano.” Me dio un frio escuchar esas palabras tan sabias salir de un ser tan pequeño, pero me pusieron a pensar. Cada vez que supero un miedo, estoy lista para el próximo reto, esperándolo un paso adelante; más fuerte y segura de mi misma agarrada de la mano de Dios porque se que si no superamos nuestros miedos, no vamos a poder disfrutar la vida.

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10 comentarios en “Miedos”

  1. Mary te cuento que leyendo Dios me dio panico es como recorrer un camino que es familiar pero para nada agradable.
    Pero de la mano de Dios y como la guerrera que eres todo estara superado.
    Un abrazo y mejorate pronto 😘

  2. Mary que duro es enfrentarse a situaciones que nos generan tanto miedo . Lo buenos es que la viviste y la superaste. Te quiero mucho !
    Cada vez que escribes dejas muchas enseñanzas ❤️ Gracias

  3. Muy identificada! cada lugar, cada fecha, cada foto, todo el proceso está lleno de miedos. Al leerte recordé también la última vez que mi esposo me acompañó a la clínica pues también tengo episodios de cálculos renales… la próxima vez tendré que enfrentar el miedo de estar sin su compañía 🙁

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