Una vuelta más.

Aquí estoy, nuevamente sentada en un avión, en la ventana con mis audífonos puestos, dándole la espalda a la ventana y tratando de que no me vean escribiendo. Una de las cosas que no me había dejado escribir no era la falta de inspiración, sino sentir que me estaban observando, algo que nunca me ha gustado y hasta ahora puedo entender que era una de las razones por las cuales había dejado de hacerlo.

Esta vez no viajo sola; estoy acompañada por mi esposo y mis hijos. Mientras escribo, tengo la música alta y solo puedo ver por la esquinita cómo María y Pablo me miran mientras yo escribo a toda velocidad y voy cantando para mí. Creo que se les había olvidado cómo me veía cuando estaba en “mi zona”. Y yo solo me estoy riendo por dentro.

Estamos regresando de un viaje que habíamos soñado hacer en familia. No es solo el lugar, sino haber podido viajar los seis solos. Aunque hemos viajado varias veces juntos, siempre estábamos acompañados por alguien más. Cambiamos la bailada por la vía 40 por unos días llenos de cultura, risas, cansancio, comida y llenando nuestro libro de memorias. Esta vez fue en México, un lugar que para mí tiene demasiado significado, ya que pasé mis primeros cumpleaños aquí con mis papás y mi hermana mientras mi papá se especializaba. Y este año volví a pasar mi cumpleaños con ellos aquí. Fue mucho más especial de lo que me imaginaba.

Ver cómo cambiaban sus iPads, computadoras y televisores por interesarse en una cultura, que aunque no es mía, la llevo por dentro. Verlos hacer preguntas interesantes, que más de una vez nos dejaron pensando y hasta aprendiendo. Verlos cómo se abrían a probar cosas diferentes, asombrarse por los dulces que veían de sus YouTubers favoritos (a las chiquitas no las dejo tener TikTok) y que eran dulces que yo desde pequeña comía y le di a conocer a muchos de mis primos y amigos antes de que fueran populares.

Caminar por la feria de arte, una pasión que compartimos Pablo y yo, y ver cómo ellos también se asombraban viendo cada obra y encontrándole el gusto. No solo fue la feria, fueron varios museos, llenos de arte, historia y sobre todo preguntas. Ver la diferencia entre Tefi, que ya conocía de la cultura, y cómo poco a poco le iba poniendo “cara” a lo que había estudiado, y los otros tres asombrarse por la importancia de cada detalle y cosa que iban conociendo.

Mi cumpleaños fue el broche de oro con el que cerramos el viaje. Amaneciendo en la inmensidad del cielo en un globo, viendo cómo iba saliendo el sol, nos sonreía y al mismo tiempo viendo las pirámides y hasta el mundo desde otra perspectiva. María, la más nerviosa, agarradita de la cuerda en la canasta buscando seguridad y con una risa nerviosa, miraba con asombro y poco a poco se fue dejando llevar por el momento, encontrando seguridad en la belleza que tenía ante sus ojos. Aunque se quejaban y no querían que tomara más fotos, yo solo quería captar los momentos para que ellos pudieran recordar no solo con el corazón, sino encontrarse con las fotos y volver a ese momento, ese momento mágico que sé que nunca se les va a olvidar y van a querer repetir con sus hijos, sintiendo lo mismo que ellos sintieron.

Aunque Pablo me quiere adelantar y me dice “cuarentona”, me faltan 364 días para disfrutar diciendo que estoy en mis treinta. Una década que me ha quitado, regalado, llenado y al mismo tiempo me ha completado más de lo que jamás me hubiera imaginado. Escribiendo esto al ritmo de la canción que aleatoriamente me salió, siento como si todo hubiera sido una montaña rusa entre emociones y vivencias. Pero no me queda más que agradecer por la fortuna que he tenido de poder crecer, renacer y levantarme. Demostrar que sí se puede, que el sol vuelve a brillar y el corazón puede seguir latiendo en distintos ritmos. Así que entre tacos, chiles, picante, y unas cuantas margaritas, empiezo esta nueva vuelta al sol, esta que sé que va a venir cargada de muchas, muchas cosas y sobre todo bendiciones.

-MEC

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