El verdadero sentido.

Estamos en una época donde hemos perdido el verdadero sentido de las cosas y ponemos en primer lugar lo material. El consumismo ha llevado a olvidarnos del origen de las cosas y su verdadero significado. Hay cosas que se pueden remplazar y otras que lastimosamente no. Momentos vividos, viajes, experiencias quedan grabadas en nuestra memoria; un juguete, un carro, una cartera y hasta una fiesta puede ser parte de esa memoria, pero no es lo que verdaderamente va a hacer y marcar la diferencia. Una risa hasta ahogarse, conocer lugares nuevos, tomarnos cinco minutos para respirar y ver la belleza de la naturaleza nos puede llenar mucho mas y queda grabado en nuestros sentidos y memoria.

Como padres y hasta por nosotros mismos, queremos siempre dar lo mejor de nosotros sin importar muchas veces su costo y sus implicaciones; pero que pasa cuando somos nosotros los que por sorprender a otros y demostrar que si podemos, nos perdemos en el camino dando otra imagen y ejemplo?

Mientras ante mis ojos se paralizaba mi mundo, el resto seguía girando. Me sentía en un sueño del cual iba a levantarme en cualquier momento y todo iba a regresar a la normalidad. Cada minuto que pasaba me demostraba que eso no iba a ser así. Por mi cabeza, una de las cosas que no dejaba de darme vueltas era que estábamos a pocos días del tercer cumpleaños de Emilia. Ella, como cualquier niña, llevaba la cuenta de los días que hacían falta para su cumpleaños; yo, solo quería congelar el tiempo. No habíamos planeado nada, pero teníamos claro que no le íbamos a dejar pasar su día por desapercibido. No quería pensar y mucho menos organizar nada. Los minutos no dejaban de pasar y la condición de Abel era estable, pero cada vez mas delicada. Cualquier cosa podía pasar, yo solo pedía que si el se iba a ir, que no fuera en su cumpleaños y no marcárselo por el resto de su vida.

Todos los días, ella cambiaba de idea de cómo quería que le decoraran su pudín. Como ya sabíamos que pedía algo y el ultimo día decidía que ya no era esa idea, mi hermana, que siempre le hace su pudín, le pregunto como lo quería. Esperaba que ella le dijera que lo quería de princesas, My Little Pony, Minnie o del lobo (como una vez lo había pedido); para nuestra sorpresa le dijo: “Tía Dani, lo quiero como la virgencita que mami tiene en su mesita de noche con los niñitos.” Mi hermana se quedo fría y se le aguaron los ojos y no podía creer que Emi le acaba de pedir un pudín de la Virgen de Fátima.

Si volteamos las cosas y somos los invitados a un evento, el primer abreboca que recibimos es la invitación; nos puede ir creando una expectativa de cómo será todo. Al llegar al lugar nos fijamos en la decoración, comida, música, vestimentas y ambiente. Hablando de cada detalle de una manera positiva, aunque por lo general mirando más los detalles que le hicieron falta; sin tener en cuenta el esfuerzo, dedicación y tiempo para poder lograr satisfacer a los invitados. Cuantas veces no hemos caído en eso?

Dinero, tiempo, amor y hasta lo material es lo que tenemos como guías para llegar a lograr nuestras metas y sentirnos completos. Creemos que la felicidad solo nos la puede dar el dinero, si es un factor importante, pero no el único. De que nos sirve tener tanto dinero si no tenemos con quien compartirlo? De que nos sirve gastar todo el tiempo, que damos por hecho que tenemos para después tratar de recuperarlo para disfrutarlo? De que nos sirve el amor, si no lo hemos sembrado y regado todos los días para después poder disfrutar de todo lo que hemos cosechado? Y lo material… se tarda mucho en hacerlo y poco en perderlo.

Como adultos y padres, creemos que por nuestra edad y experiencia somos los que tenemos el deber de enseñar y corregir a nuestros hijos, pero somos nosotros los que tenemos que aprender de ellos. Hemos perdido tanto en el camino, llevando la carga equivocada, que no queremos que ellos caigan en lo que hemos caído; sin haberlo corregido nosotros antes. No nos olvidemos de los pequeños detalles, soñar, imaginar y hasta jugar, para no cambiar así nuestro rumbo. No escondamos nuestro niño interior, mas bien debemos moldearlo y disfrutar los grandes detalles que siempre vemos como pequeños o simplemente damos por hecho, que nos ha regalado Dios.