Pasó lo impensable II parte

Eran las 5 de la mañana del segundo día, ya había paseado por todos los rincones de la habitación que nos habían dado en la clínica. Pasé por la silla al frente de la cama, al sofá, a el sofá de al frente, una silla de plástico; en cada lugar que encontraba y no podía acomodarme. Cada sonido que escuchaba me hacía brincar y a la vez mi corazón se quería salir retumbando en mi pecho que creo que todos los que estaban ahí podían escucharlo. Me senté al lado de mi papá y recosté mi cabeza en su pecho. Me dejé llevar un rato por el latido de su corazón; concentrándome sólo en eso con la esperanza de que el tiempo pasara más rápido para poder tener alguna noticia de Abel, preferiblemente buena.

No sé cuánto tiempo había pasado cuándo mi papá brincó para sacar su celular del bolsillo que estaba vibrando. Mi mundo se detuvo; aguanté la respiración y sólo lo miraba fijamente. Era el intensivita de turno. Abel había pasado la noche estable, sin ningún cambio. Al colgar, le pedí a mi papá que subiera a verlo para que verificara y pudiera él mismo darse cuenta de que lo que le estaban diciendo era cierto; él como médico tenía acceso y podía entrar a cuidados intensivos.

“Nena, yo puedo subir y verlo solo para que estés tranquila. No me van a llamar a decir mentiras y yo a ti no te voy a ocultar nada de lo que me digan.”

Después de un rato convencí a mi papá para que subiera y le diera un beso de mi parte a Abel. Subió con la condición que apenas bajara, íbamos a irnos para la casa a bañarnos y comer algo (no se atrevían a decirme que descansara porque sabían que iba a ser una batalla perdida y en ese momento no era lo que necesitábamos). Esa noche, mi hermana había dormido en mi casa, acompañando a mis hijos que no tenían ni idea de lo que estaba pasando. Mientras no estaba pensando en Abel, pensaba en cómo decirle a los niñitos lo que le había pasado. Era el inicio del segundo día en esa montaña rusa en la que la vida sin advertencia nos había montado.

Llegamos a la casa de mis papás, me bañé lo más rápido posible. Una a una fueron llegando mis tías a ver cómo estábamos y tratar de darnos ánimo. Casualmente ese fin de semana había sido el matrimonio de uno de mis primos doble (de papá y mamá) y mi familia había venido desde distintas partes del mundo y estaban ahí para acompañarme.

Nos sirvieron el desayuno y frente a mí estaba un sándwich en pan árabe con queso al que nunca me negaba, pero ese día ni el olor me llamaba la atención. Traté de comerlo, pero no me pasaba. Tenía una gran bola en la garganta que difícilmente ni el agua pasaba por ahí; las posibilidades de que un bocado de ese sándwich pasara eran casi nulas. Aún así, logré comerme un poco menos de un cuarto, pero por lo menos no tenía el estómago vacío.

No sé si era a propósito, pero mi papa se demoró, para mí una eternidad, para salir juntos de la casa. Llegamos a la clínica y como mi papá tiene su consultorio ahí, entramos a su parqueadero y subimos por donde sólo los médicos tienen acceso. Al llegar al quinto piso en la clínica, para sorpresa mía, ya habían varias personas ahí entre ellas, familiares y amigos que habían llegado para acompañarnos y saber cómo estaba Abel. Finalmente pude subir al séptimo piso donde se encontraba él para verlo.

Se veía tranquilo, con varios tubos y cables que estaban conectados a un monitor. Ese monitor se convirtió para mí en la comunicación entre su cuerpo y yo. Al no poder hablar con él, ese monitor me decía exactamente cómo estaban sus niveles y poco a poco gracias a las preguntas que le hacía a cada medico que entraba, aprendí detalles para saber cómo leerlo y estar atenta a cualquier cambio.

El día anterior, en ese mismo piso, se encontraban todos los médicos que Abel necesitaba para poder reaccionar rápidamente. Muchos eran amigos personales de él, míos y colegas de mi papá; que nos conocían y se relacionaban con nosotros en nuestra vida cotidiana. Dos de ellos jugaban fútbol con él y habían estado hablando y riéndose momentos antes; sin sospechar el giro que iba a darnos la vida.

Mis primas se habían encargado de mis hijos y una de ellas se los llevó para su casa y reunió a todos los primitos para que jugaran; ellos estaban ajenos a todo lo que estaba pasando. Llegó mi psicóloga a la clínica y después de muchas preguntas, me dio una guía de cómo decirle a mis hijos lo que le había sucedido a su papá. Solo de pensarlo me llenaba de sentimientos y me aterraba su reacción y las preguntas que me pudieran hacer y las respuestas que debía darles. Esperamos a que llegara el mejor amigo de Abel, quien estaba fuera del país y había cambiado todo para poder regresar lo antes posible. Llego a la clínica y le pedí a él, a su esposa, mi mamá y mi prima que me acompañaran a decirle a mis hijos. Allá con ellos, me estaban esperando otras primas y mi hermana.

Senté a mis dos hijos mayores y con el corazón roto, pero latiendo a mil por hora les dije: “¿Saben que papi está en la clínica y que tenía cálculos, verdad?” Los dos me miraron y miraron a los que estaban alrededor de ellos y me respondieron “Sí.» Con voz temblorosa les dije, “a papi le dio una cosa en la cabeza y está dormido, está bien, pero no saben cuánto tiempo va a estar así.” En la sala sólo había silencio y muy tranquilos los dos me contestaron “Ah bueno mami, esperamos que se despierte rápido.” Sin decir más me dieron un beso y se fueron para adentro a seguir jugando con sus primitos.

Nos miramos todos y no sabíamos ni qué hacer ni qué decirnos. Sentí un alivio, pero a la vez se me rompía el corazón aún más por la misma inocencia de mis hijos. Rápidamente volvimos a la clínica al quinto piso; creo que nunca había estado tan lleno como se encontraba en ese momento. Llegó también la hermana de Abel con su familia que viven fuera del país. Por momentos estábamos en el quinto piso y por otros nos refugiábamos en el séptimo piso, en una sala pequeña donde nos sentíamos cerca de Abel y al mismo tiempo nos podíamos alejar por un rato y tener unos momentos en silencio. Rezábamos, hablábamos y por segundos nos olvidábamos un poco de la situación y hasta reíamos.

Uno a uno fueron pasando los días, martes, miércoles y jueves; sin ningún cambio significativo. Seguían llegando amigos y familiares, rezábamos el rosario y hablábamos. Todos con la esperanza que en cualquier momento iban a darnos la noticia de que había algún cambio. Los médicos seguían haciendo todo tipo de exámenes, contemplamos todas las opciones y mandamos sus resultados a distintos médicos a ver cual era su opinión. No había mucho que hacer, más que esperar un milagro.

Yo tenía una angustia aparte y era que ese viernes era el tercer cumpleaños de mi tercera hija. Abel llevaba la cuenta regresiva con ella emocionado y planeando que íbamos a hacer ese día. Le pedía a Dios que por lo menos ese día no pasara nada. Emilia, al ser una niña pequeña, todos los días cambiaba el motivo de su pudín y mi hermana le preguntó dos días antes de qué lo quería y ella le contestó: “Lo quiero como la Virgen que tiene mami en su mesita de noche que tiene tres niños arrodillados así como mami le reza.” Era la Virgen de Fátima con los tres pastorcitos y una oveja que yo siempre les decía que eran ellos cuatro que la virgen los estaba cuidando.

Llegó el viernes, el cumpleaños de Emi. Apenas nos levantamos mi hermana y yo le teníamos varios regalos que sabíamos que ella quería. Verle la cara de felicidad me levantaba el ánimo. Había perdido casi 6kg esa semana y los ojos se me veían tristes y cansados. Tenía que hacer un esfuerzo y más por Emi, por no dañarle su día. Esa tarde, la pasamos en mi casa con mis hermanos, cuñados, sobrinos y algunos primos. Ella pasó feliz. Uno que otro momento preguntaba por su papá, pero se quedaba tranquila cuando le decía que él estaba dormidito para mejorarse rápido en la clínica.

Volví a la clínica al final de la tarde. Me había tocado estar separada de Abel por un rato, algo que no me gustaba ya que quería estar ahí por si había algún cambio. Todo seguía igual. Lo único que yo no perdía era la fé, pero sabía que cada minuto era crucial; pero por el otro lado el panorama no era muy alentador. Estábamos todos cansados, tristes y empezaban las preguntas y cuestionamientos, que yo personalmente no los llegué a tener ya que sabía que estaban haciendo todo lo que estaba en las manos de los médicos y mi papá me había prometido siempre hablarme con la verdad y no ocultarme nada por muy doloroso que pudiera ser. Para todos era difícil, pero sé que para mi papa era aún más. Su hijo que le había regalado el destino estaba muy delicado y pensaba en mí y en mis cuatro hijos. Sabía como medico que él no estaba bien y todo lo que implicaba si él se llegaba a salvar o quedaba en ese mismo estado por un largo rato; donde todo iba a estar marcado por la incertidumbre. Abel seguía con las pupilas dilatadas sin ningún cambio.

El sábado, me quedé un tiempo más largo con los niñitos que sabía que me necesitaban y habíamos estado juntos por ratos cortos esa semana. Pasé toda la tarde con Abel, entrando y saliendo de cuidados intensivos y subiendo y bajando del séptimo al quinto piso. Mis ánimos ese día estaban bajos. Yo estaba particularmente callada. Por mi cabeza sólo se repetían uno a uno los días; sólo quería regresar el casette y volver a estar sentada junto a él. Entré a cuidados intensivos a hablarle un rato y estar con él antes de regresar a la casa. Estaba leyendo cuidadosamente el monitor y me di cuenta que los niveles estaban bajando a un punto que ya no eran buenos. Eso significaba que su cuerpo ya no estaba reaccionando. El tiempo fue un momento mas corto de lo que yo tenía planeado. Había un paciente que estaba crítico y estaba teniendo una emergencia. Al escuchar a las enfermeras correr y hablar en códigos entre ellas, me despedí de êl y salí del box pidiendo que me sacaran lo antes posible de ahí; todo me recordaba al primer día de ese mal sueño que era mi realidad. No sabía lo que nos esperaba al salir de ahí.

Ese segundo día, fue hoy exactamente hace un año…

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11 comentarios en “Pasó lo impensable II parte”

  1. Mari muy duro todo lo que has vivido… de este escrito rescato ese amor a Dios y a la virgen que ha sido inamovible aún en los momento más duros… esa Fe te seguirá ayudadando a sanar y a seguir adelante por esos muñecos que son tu vida

  2. Te leo y sólo me imagino el proceso con el que plasmas esas palabras. Tan sinceras, llenas de sentimiento y angustia pero a la vez llenas de esperanza, seguridad y una paz inmensa que le transmites al lector. Paz porque a pesar de estar describiendo detalladamente un hecho trágico, en el que puedo sentir que te estoy acompañando por la manera como lo describes, realmente lo que revelas es fortaleza. Un año después tu crecimiento personal y espiritual es abismal y un ejemplo a seguir. No solo para personas que hayan o estén pasando por una situación similar, pero para todos los seres humanos que a veces nos ahogamos en un vaso de agua. Tú no te dejaste victimizar y esto que estás haciendo es una fuente de inspiración. Te felicito y te mando un abrazo gigante.

  3. Mary Dios siempre estubo ahi ctgo permitio que le hablaras y sintiera Abel como luchabas por El; tu amor, Fe y esperanza.
    Tus hijos protegidos por tu amor, el de nuestro padre, mamita Maria y tu flia.
    Siempre estaran cuidados por ese Angel
    No sabes como te admiro y cada dia mi cariño es mas fuerte mi guerrera y valiente Mary que con amor ayudas a muchas personas dando tu testimonio 😘

  4. Maria elvira eres una niña admirable de mucha fe y fortaleza. Dios los bendiga a lo largo de sus vidas y te de mucha sabiduría para sacar adelante con todos esos buenos principios a tu muñequero y ten la certeza q Abel nunca te dejara sola siempre estará a tu lado acompañándote y apoyándote en todas tus decisiones. Dios los bendiga

    1. Mary: Nunca has estado sola! Tu
      Papá, tu mamá, toda la familia, amigos… y de la mano contigo Jesus y la Virgen dándote todo el apoyo que necesitar🙅🏻

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